Qué ocurre realmente en tu cerebro cuando fuerzas una sonrisa de Duchenne

Cuando te sientes mal, lo último que quieres escuchar es un «¡venga, sonríe un poco!». Normalmente esa frase solo provoca ganas de morder al consejero. Pero resulta que detrás de esa expresión tan irritante hay algo más que un simple intento de molestarte. Al parecer, si obligas a tu cara a sonreír, aunque por dentro estés hirviendo, el cerebro puede llegar a creerse que las cosas no van tan mal. Y lo más interesante: esto no es otro cuento motivacional de Instagram, sino un estudio concreto publicado en 2020 en la revista Experimental Psychology.

La hipótesis de la retroalimentación facial

Los autores, un equipo internacional liderado por Fernando Marmolejo-Ramos (Universidad del Sur de Australia), decidieron poner a prueba la vieja hipótesis del «feedback facial» (hipótesis de retroalimentación facial). La idea es sencilla: solemos pensar que primero surge la emoción y luego la cara simplemente la refleja. Pero, ¿y si también funciona al revés? ¿Y si cambiar la expresión facial puede por sí sola desencadenar una emoción? Para comprobarlo sin depender de palabras ni de actuación, utilizaron un truco que los psicólogos llevan usando más de 30 años: pedir a las personas que sostengan un bolígrafo con los dientes.

El experimento del bolígrafo

Pruébalo ahora mismo: coge un bolígrafo normal y sujétalo con los dientes por la mitad (¡no con los labios!). Las comisuras de tus labios se elevarán automáticamente; estarás forzando los músculos faciales a imitar una sonrisa auténtica, conocida técnicamente como la sonrisa de Duchenne (que también activa los músculos alrededor de los ojos). Ahora quita el bolígrafo y sujétalo solo con los labios: la cara adoptará una expresión ligeramente disgustada. Eso mismo hicieron los participantes del experimento.

Les mostraron vídeos cortos: personas caminando, gesticulando o simplemente expresando distintas emociones faciales. La mitad del tiempo miraban con el bolígrafo entre los dientes (sonrisa forzada) y la otra mitad sin él o en posición de control. El resultado fue tan claro que es difícil atribuirlo al azar: cuando sostenían el bolígrafo con los dientes, percibían los mismos rostros y movimientos corporales de forma significativamente más positiva. Las personas parecían más amables, el andar más enérgico y los gestos más cálidos.

Embodied Cognition: El cuerpo piensa

Lo más sorprendente es que esto funcionaba incluso con expresiones faciales neutras o ligeramente negativas. Es decir, el cerebro recibía la señal mecánica de los músculos faciales («eh, estamos sonriendo, así que debe estar todo bien») y empezaba a interpretar el mundo de otra manera. Era como ponerse unas gafas de color rosa sin darse cuenta, solo por sujetar un bolígrafo con los dientes. Este fenómeno se conoce como «embodied cognition» o cognición corporeizada. No somos solo «una cabeza sobre patas». El cuerpo participa activamente y usa las señales físicas para entender qué sentimos y cómo interpretar lo que pasa a nuestro alrededor; y la cara es uno de los principales informadores.

Un contexto histórico complicado

Por cierto, no es el primer estudio sobre el tema. Ya en 1988 Fritz Strack hizo un experimento parecido con un bolígrafo y llegó a la misma conclusión: los dibujos animados parecían más graciosos cuando la gente sostenía el bolígrafo con los dientes. Aquel artículo se convirtió en un clásico absoluto. Pero en 2016, grandes intentos de replicación no lograron reproducir el efecto, y muchos declararon que el mito de la sonrisa falsa había muerto. Sin embargo, trabajos más recientes (incluido este de 2020) muestran que el efecto existe, solo que es más sutil y complejo de lo que creíamos.

No te convertirá en feliz en un minuto si estás en depresión profunda, pero sí puede desplazar ligeramente la percepción hacia el lado positivo. Y eso ya es mucho. Otro detalle interesante del estudio de Marmolejo-Ramos es que el efecto no solo se aplicaba a los rostros, sino también al lenguaje corporal. Es como si «nos contagiáramos» la emoción a través de nuestra propia mímica, y luego esa emoción modificara el filtro con el que miramos a los demás.

Una cadena de efectos positivos

Se crea una cadena preciosa: sonrisa mecánica → el cerebro piensa que todo va bien → el mundo parece más amable → realmente nos sentimos un poco mejor. Así que la próxima vez que estés de bajón y tengas que ir a una reunión o contestar una llamada, puedes probar este truco tonto pero científicamente respaldado: sujetar un bolígrafo con los dientes (o simplemente levantar un poco las comisuras de los labios con los dedos) durante un par de minutos. No se trata de fingir que estás alegre ante los demás, sino de darle a tu propio cerebro un pequeño empujoncito biológico en la dirección correcta. Y quién sabe, puede que al cabo de unos minutos te des cuenta de que la sonrisa ya no es tan falsa.

Pruébalo. En el peor de los casos, habrás sostenido un bolígrafo con los dientes y te habrás reído de ti mismo en el espejo. En el mejor, el día se verá un poquito más luminoso.

Referencias

  • Marmolejo-Ramos, F., Murata, A., Sasaki, K., Yamada, Y., Ikeda, A., Hinojosa, J. A., Watanabe, K., Parzuchowski, M., Tirado, C., & Ospina, R. (2020). Your face and moves seem happier when I smile. Experimental Psychology, 67(1), 14–22. https://doi.org/10.1027/1618-3169/a000470
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