¿Qué nos dice la historia del trabajo sexual sobre el poder, la moralidad y la condición femenina?

A menudo se afirma que el trabajo sexual es la profesión más antigua del mundo. Sin embargo, esta idea es más un mito que una realidad, pues la recolección y la agricultura precedieron, por mucho, a cualquier forma de comercio estructurado. Para comprender la complejidad de este fenómeno, que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia, es necesario explorar sus raíces, su evolución y el porqué de su persistente y controvertida presencia en la sociedad.

Orígenes Sagrados y Roles Sociales

La primera evidencia concreta de una práctica asimilable al trabajo sexual nos remonta al 2400 a. C. en la ciudad sumeria de Uruk. Allí, junto a los templos dedicados a Ishtar, diosa de la fertilidad y el amor, existían espacios donde las sacerdotisas desempeñaban un rol que incluía prácticas sexuales rituales. Lejos de ser algo clandestino, el trabajo sexual se consideraba una actividad sagrada e importante para la comunidad. El culto a Ishtar, protectora de las prostitutas, sacralizaba estas uniones. De hecho, los reyes afirmaban su legitimidad a través de relaciones sexuales con las sacerdotisas, simbolizando así su conexión divina y asegurando la prosperidad de su pueblo.

Esta concepción no fue exclusiva de Mesopotamia. En la antigua Palestina, como se refleja en varios pasajes bíblicos, las trabajadoras sexuales no solo existían, sino que estaban amparadas por ciertas leyes. Es célebre la frase del Nuevo Testamento en la que Cristo se dirige a los fariseos: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras os precederán en el reino de Dios», una afirmación que desafiaba las jerarquías morales de su tiempo.

Grecia y Roma: Entre la Esclavitud y la Élite Intelectual

En la Antigua Grecia, la sexualidad tenía múltiples facetas. Por un lado, la relación con personas esclavizadas era una práctica común y no regulada, ya que legalmente no eran consideradas personas. Un hombre podía adquirir esclavas con fines exclusivamente sexuales. La vida de las mujeres, incluso las de la nobleza, era restrictiva; confinadas al hogar, su rol era ser guardianas de la casa y madres de herederos.

En este contexto, surgieron figuras como las hetairas. A diferencia de las esposas, eran mujeres libres con derecho a la propiedad que podían alcanzar una considerable independencia económica. Su función principal era el entretenimiento intelectual y social de los hombres en los simposios, espacios vetados a las esposas. Una hetaira debía ser culta, inteligente, capaz de conversar sobre filosofía, recitar poesía o tocar instrumentos musicales. Aunque las relaciones sexuales formaban parte de su vínculo con los hombres, no siempre eran el elemento central, y una hetaira podía rechazar a un cliente.

Paralelamente, en ciudades como Atenas, aparecieron los primeros burdeles en un sentido más moderno, con precios regulados por el Estado y donde trabajaban mujeres y hombres de diversas edades.

En la Antigua Roma, aunque el estatus de la mujer era superior al de Grecia, el trabajo sexual también estaba presente. La fama de los banquetes romanos y su libertinaje ha perdurado en el tiempo. Leyendas como la de la emperatriz Mesalina, esposa de Claudio, quien supuestamente compitió y venció a una famosa prostituta de Roma llamada Escila, probablemente sean exageraciones. Sin embargo, estas historias reflejan la fascinación y el temor que una sexualidad femenina desinhibida generaba en una sociedad que, por otro lado, sentó las bases de nuestra legislación occidental.

La Paradoja Medieval: El Pecado Necesario

Con la llegada de la Edad Media y la hegemonía de la Iglesia católica en Europa, el trabajo sexual adquirió un estatus ambiguo. Cualquier relación extramatrimonial era considerada un pecado, ya que el sexo debía limitarse al matrimonio y tener como único fin la procreación. En consecuencia, el trabajo sexual era condenado.

No obstante, figuras influyentes como San Agustín de Hipona o Santo Tomás de Aquino lo consideraron un «mal necesario». Esta es una profunda paradoja psicológica: la Iglesia temía que, sin esta válvula de escape, la lujuria, la depravación y la violencia sexual se desbordaran en la sociedad. Así, los burdeles proliferaron en casi todas las ciudades medievales, a menudo regulados por las autoridades locales, aunque sus trabajadoras vivían en una posición social muy precaria.

En otras partes del mundo, el enfoque era distinto. En muchos países musulmanes, las leyes prohibían estrictamente las relaciones extramatrimoniales. En la India medieval, por su parte, existían las tawaif, mujeres cultas y artistas cuyo estatus social era muy elevado, similares a las hetairas griegas o las geishas japonesas, que contribuyeron enormemente al desarrollo de la cultura.

De la Regulación a la Explotación en la Modernidad

Hacia el siglo XIX, la regulación de los burdeles se extendió por Europa. Solo en París existían casi 200 establecimientos oficiales. Algunos, como Le Chabanais o Le Sphinx, alcanzaron fama mundial por su lujo y su clientela de élite, que incluía a artistas como Henri de Toulouse-Lautrec, escritores como Guy de Maupassant o miembros de la realeza como el príncipe Bertie de Gales.

Sin embargo, la historia del trabajo sexual también está inextricablemente ligada a la violencia, especialmente durante las grandes guerras del siglo XX. Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército japonés forzó a decenas de miles de mujeres de Corea, China y Filipinas a la esclavitud sexual en las llamadas «casas de consuelo», una de las páginas más oscuras de la historia bélica.

Posteriormente, la novela La casa de las muñecas del escritor Yehiel Dinur, basada según él en hechos reales, describió la supuesta existencia de burdeles en los campos de concentración nazis, donde mujeres judías eran obligadas a trabajar en las «divisiones de la alegría». Aunque los historiadores modernos del Holocausto cuestionan la generalización de esta práctica, el libro dejó una profunda huella cultural.

El Debate Contemporáneo: Entre la Legalización y la Dignidad

Tras la Segunda Guerra Mundial, muchos países optaron por ilegalizar el trabajo sexual. Hoy en día, el debate se ha reabierto, y varias naciones europeas han vuelto a legalizarlo bajo distintas regulaciones. Sin embargo, las preguntas fundamentales persisten: ¿la legalización protege a las mujeres o fomenta la trata de personas? ¿Cómo se distingue el trabajo sexual voluntario de la coacción económica?

La historia nos muestra que el trabajo sexual ha sido a la vez un espacio de poder para algunas mujeres y una jaula de explotación para innumerables otras. La reflexión final nos lleva a una aspiración fundamental: construir una sociedad donde ninguna persona se vea forzada a comerciar con su cuerpo por necesidad o coacción, garantizando la dignidad, la seguridad y la autonomía para todos.

Referencias

  • Henriques, Fernando. Prostitution and Society: A Survey. MacGibbon & Kee, 1962-1968.

    Esta obra monumental en tres volúmenes ofrece una de las investigaciones históricas y antropológicas más completas sobre la prostitución. El primer volumen, Primitive, Classical and Oriental, fundamenta gran parte de las afirmaciones del artículo sobre las prácticas en las sociedades antiguas, desde la prostitución sagrada en Sumeria hasta las costumbres en Grecia y Roma.

  • Davidson, James N. Courtesans and Fishcakes: The Consuming Passions of Classical Athens. St. Martin's Press, 1998.

    Este libro se centra específicamente en la vida social de la Atenas clásica y es una fuente fundamental para comprender la figura de la hetaira. Davidson analiza su rol, su educación y su estatus social y económico, contrastándolo con el de las esposas y las esclavas, lo que confirma la descripción hecha en el artículo sobre su particular posición en la sociedad griega.

  • Yoshimi, Yoshiaki. Comfort Women: Sexual Slavery in the Japanese Military During World War II. Columbia University Press, 2000.

    Considerado un trabajo fundacional sobre el tema, este libro del historiador japonés Yoshiaki Yoshimi utiliza documentos militares para probar la implicación directa del ejército imperial japonés en la creación y gestión del sistema de «casas de consuelo». Proporciona la evidencia histórica que respalda la sección del artículo sobre la esclavitud sexual durante la Segunda Guerra Mundial.

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