¿Por qué la "positividad tóxica" es tan destructiva como la resignación?
Cuando la vida nos presenta una realidad que no deseamos, nos encontramos en una encrucijada fundamental. La forma en que decidimos afrontar este dolor, esta disonancia entre lo que es y lo que anhelamos, define la trayectoria de nuestra existencia. Con demasiada frecuencia, sin darnos cuenta, tomamos uno de dos caminos que, aunque parecen opuestos, nos conducen al mismo destino de la impotencia.
El abismo de la resignación: la historia de Javier
Pensemos en Javier. A sus 47 años, su vida parece un ciclo de precariedad. Encadena trabajos temporales que apenas le permiten subsistir, lo que le obliga a mudarse constantemente ante la subida imparable de los alquileres. Su nivel de vida, en lugar de progresar, se erosiona con el paso del tiempo.
En sus relaciones afectivas, el patrón se repite. Se enamora, pero sus parejas, mujeres con aspiraciones de una vida mejor, pronto se topan con un muro. Sienten que, para prosperar, no solo deben luchar por sí mismas, sino también por él. La falta de ambición de Javier invierte la dinámica de la relación, generando resentimiento y frustración. La mujer se ve forzada a asumir el rol de proveedora y motor de la pareja, un peso que desgasta el respeto y la atracción.
El resultado inevitable es que Javier siempre termina sintiéndose insuficiente. Pero lo más crucial no es el sentimiento en sí, sino su respuesta ante él: la aceptación pasiva. Ha interiorizado su situación como una verdad inmutable. Ha decidido que la vida es así y que no hay nada que pueda hacer. Esta aceptación, lejos de ser una forma de paz, es una rendición. Se ha sumido en la impotencia.
Para no enfrentarse al dolor de intentarlo y fracasar, prefiere no intentarlo en absoluto. Se refugia en los videojuegos y en ligas deportivas de aficionados, escapismos que consumen la energía que podría invertir en adquirir una nueva habilidad o buscar un trabajo mejor. Para quienes le rodean, es obvio que podría cambiar su situación. Su pasividad es una fuente de frustración para todos, pero él está completamente convencido de su propia incapacidad.
La trampa del espejismo: el mundo de Bruno
Ahora, consideremos a Bruno. También de 47 años, su situación objetiva no es mejor. Una deuda médica le ha llevado de vuelta al sótano de sus padres. También sobrevive con trabajos temporales, mientras su pareja, con una carrera estable, soporta la mayor parte de la carga financiera. Recientemente, ella le confesó que se siente más su madre que su pareja.
Sin embargo, a diferencia de Javier, Bruno se niega a aceptar esta realidad. Le aterra la idea de mirar de frente su situación, pues teme terminar como Javier. Su estrategia es la negación. Se enfoca exclusivamente en lo positivo, reinterpretando cada fracaso como un paso hacia el éxito. Actúa según la realidad que desea, no la que existe.
No se ve a sí mismo como alguien que hace trabajos temporales; se presenta ante todos como un exitoso comerciante de criptomonedas, aunque no gane un céntimo con ello. Convencido de su fantasía, rechaza trabajos que necesita desesperadamente. Actúa como si pudiera permitírselo todo, acumulando deudas en su tarjeta de crédito. Miente sobre sus ingresos para alquilar un apartamento que no puede pagar.
Cuando su novia expresa su infelicidad, él lo atribuye a un mal día en el trabajo y cree solucionarlo con un masaje en los pies. Vive en una burbuja de positividad tóxica, tan desconectado de la realidad que sus acciones parecen irracionales. Queda devastado y sorprendido cuando ella finalmente lo abandona.
Bruno ha construido un mundo de fantasía donde él es el único habitante. Sus decisiones, basadas en esa ilusión, están condenadas al fracaso, arrastrándole a un aislamiento narcisista que destruye sus relaciones y le impide tener un poder real sobre su vida.
¿Por qué elegimos estos caminos? El origen de la impotencia
Ambas estrategias, la resignación apática y la negación delirante, a menudo tienen sus raíces en nuestras primeras experiencias. En la infancia, es fundamental aprender que podemos influir en nuestro entorno. Ver a nuestros cuidadores afrontar activamente los problemas y experimentar que nos ayudan a superar nuestros propios desafíos nos enseña una lección vital: no somos impotentes.
Cuando esta experiencia de empoderamiento falta, crecemos con una sensación subyacente de indefensión ante las adversidades. Para lidiar con ese doloroso sentimiento, adoptamos la estrategia que nos parece menos amenazante: o bien nos rendimos por completo a la realidad indeseada («así son las cosas, no puedo hacer nada»), o bien la negamos por completo, superponiendo una fantasía sobre ella.
La primera estrategia, aunque reconoce el problema, niega la posibilidad de una solución. La segunda, aunque se enfoca en una solución, niega la existencia del problema. Ambas son formas de no estar en la realidad completa. Ambas nos quitan nuestro poder.
El verdadero camino hacia el poder: integrar la realidad para transformarla
Una vida empoderada exige el valor de mirar la realidad de frente, en su totalidad. Esto significa aceptar tanto los elementos no deseados —las deudas, la insatisfacción laboral, los problemas de pareja— como los elementos deseados —nuestras fortalezas, los recursos disponibles, las oportunidades latentes—. Uno no niega al otro.
El poder no reside en aceptar la derrota ni en fingir la victoria. Reside en ser un participante activo en nuestra propia vida. Comienza por reconocer «lo que es» para, desde ahí, construir «lo que queremos que sea». Es un proceso continuo de transformar lo no deseado en deseado.
No se trata de llegar a un estado final de perfección, sino de abrazar el proceso de mejora constante. Dejar de lado la apatía de Javier y la fantasía de Bruno para adoptar una postura de realismo proactivo. Es en este espacio donde encontramos la verdadera capacidad de cambio, apreciando lo que tenemos mientras trabajamos activamente para mejorarlo. Es entender que, cuanto mejor se pone, mejor puede llegar a ser.
Referencias
- Seligman, M. E. P. (2006). Learned Optimism: How to Change Your Mind and Your Life. Vintage Books.
Este trabajo fundamental explora el concepto de «indefensión aprendida», un estado psicológico que se asemeja mucho a la resignación de Javier. La obra detalla cómo las personas pueden pasar de un patrón de pensamiento pesimista y pasivo a uno optimista y proactivo, aprendiendo a ver las adversidades como desafíos superables en lugar de condiciones permanentes. - Dweck, C. S. (2006). Mindset: The New Psychology of Success. Random House.
La investigación de Dweck sobre la «mentalidad fija» frente a la «mentalidad de crecimiento» es directamente aplicable. Una mentalidad fija (la creencia de que nuestras habilidades son estáticas) conduce a la evasión del esfuerzo y a la impotencia, como en el caso de Javier. Una mentalidad de crecimiento (la creencia de que las habilidades pueden desarrollarse) fomenta la resiliencia y el deseo de afrontar desafíos para mejorar, lo que representa el camino empoderado descrito. - Hayes, S. C., & Smith, S. (2005). Get Out of Your Mind and Into Your Life: The New Acceptance and Commitment Therapy. New Harbinger Publications.
Esta obra presenta los principios de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT). Ofrece un marco para abordar el dilema central del artículo: en lugar de luchar contra los pensamientos y sentimientos dolorosos o negarlos (como hace Bruno), se nos enseña a aceptarlos sin que nos dominen. A partir de esa aceptación, podemos comprometernos a tomar acciones coherentes con nuestros valores más profundos, integrando la realidad para vivir una vida significativa.