¿Por qué la mente prefiere distorsionar la realidad antes que enfrentar un dolor insoportable?

La vida, en su inmensa complejidad, nos enfrenta inevitablemente al dolor, al sufrimiento y, en ocasiones, al trauma. Ante estas experiencias, emerge un instinto primordial y saludable: el de alejarnos de aquello que nos hiere. Pero, ¿qué sucede cuando la fuente de ese dolor no es un evento aislado, sino la realidad misma?

El instinto de evitar el dolor y su paradoja

Nos encontramos aquí ante una profunda paradoja. Cuando el problema está entretejido en el tejido de nuestra existencia, evitarlo implica, necesariamente, evitar una parte de la realidad. Esta evasión, si bien nace como un mecanismo de protección, puede convertirse en una trampa. Al actuar de espaldas a lo que es real, corremos el riesgo de generar nuevas y diferentes formas de sufrimiento.

Como bien expresó la filósofa Ayn Rand: «Puedes evitar la realidad, pero no puedes evitar las consecuencias de evitar la realidad». En este punto crucial es donde se gesta lo que podemos entender como enfermedad mental: una solución de compromiso.

El compromiso: una balanza entre el dolor y la realidad

Toda condición de salud mental puede ser vista como un complejo pacto, una negociación del alma. Es un intento de minimizar el contacto con el dolor inherente a la realidad, mientras se distorsiona esa misma realidad lo menos posible. El éxito y la forma de este compromiso no son universales; dependen de un cóctel único de factores como el temperamento innato, la inteligencia, el entorno social y el marco cultural en el que crecemos.

Es un equilibrio delicado, una matemática interna donde el sufrimiento se sopesa y se redistribuye en un esfuerzo por hacerlo, en última instancia, más tolerable.

Neurosis y Psicosis: Dos caras del mismo pacto

Cuando una persona logra un compromiso relativamente exitoso, a menudo lo describimos en términos de neurosis. Esto significa que ha logrado deformar la realidad solo lo suficiente para amortiguar el dolor original. Su capacidad para distinguir lo real de lo imaginario (su prueba de realidad) permanece, en gran medida, intacta. La persona neurótica sufre, sí, pero sufre una versión mitigada del dolor de la realidad, a lo que se suma el malestar generado por sus propias distorsiones. Sin embargo, en su cálculo inconsciente, la suma de ambos sufrimientos se percibe como menor que enfrentar el dolor de la realidad sin filtros.

Por otro lado, cuando la distorsión de la realidad es tan significativa que el ancla con el mundo tangible se suelta, hablamos de psicosis. En este estado, la prueba de realidad de la persona está comprometida, y sus creencias y comportamientos pueden parecer extraños para los demás. A menudo, el psicótico ya no sufre el dolor original que provenía de la realidad, pero puede experimentar un inmenso tormento derivado de su propia construcción de la realidad. Aun así, desde la lógica interna de esta solución, este nuevo dolor se considera preferible al dolor insoportable y sin mitigar que se intentó evitar en primer lugar.

Las múltiples formas del acuerdo

Los factores que mencionamos antes —temperamento, inteligencia, contexto— no solo determinan el grado del compromiso, sino también su estilo. Así, una persona puede desarrollar un pacto con la realidad que se manifiesta como un Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), donde el control y los rituales buscan someter una realidad caótica. Otra puede hacerlo a través de lo que describimos como esquizofrenia, construyendo una realidad alternativa. Y una tercera puede manifestarlo como un trastorno dismórfico corporal, focalizando todo el dolor existencial en un supuesto defecto físico.

Todos estos diagnósticos, con sus complejos términos científicos, no son más que las diversas maneras en que la mente humana intenta resolver una ecuación imposible: cómo evitar el sufrimiento sin perder por completo el contacto con la vida.

Comprender este mecanismo no busca justificar, sino invitar a la reflexión y a la compasión. Nos recuerda que detrás de muchos comportamientos que no entendemos, a menudo yace un intento profundo y desesperado por sobrevivir al dolor.

Referencias para una mayor profundización

  • Freud, S. (1930). El malestar en la cultura.

    En esta obra fundamental, Freud explora el conflicto inherente entre los instintos del individuo (la búsqueda del placer y la evasión del dolor) y las demandas de la civilización y la realidad. Argumenta que la infelicidad es un subproducto inevitable de este compromiso, sentando las bases teóricas para entender el sufrimiento psíquico como una negociación.

  • Vaillant, G. E. (1992). Ego Mechanisms of Defense: A Guide for Clinicians and Researchers.

    Este libro ofrece una clasificación jerárquica de los mecanismos de defensa del yo, que son las herramientas inconscientes que la mente utiliza para mediar entre los conflictos internos y la realidad externa. Vaillant organiza las defensas en niveles, desde las «psicóticas» (como la negación delirante) hasta las «neuróticas» (como la represión) y las «maduras». El libro es una guía esencial para comprender cómo estas defensas representan diferentes tipos de «compromisos» con la realidad. Las secciones que detallan la jerarquía de las defensas son particularmente relevantes.

  • Kernberg, O. F. (1975). Borderline Conditions and Pathological Narcissism.

    El trabajo de Kernberg es crucial para entender los estados fronterizos entre la neurosis y la psicosis. Describe cómo las fallas en el desarrollo temprano, a menudo debidas a traumas, llevan a un uso de mecanismos de defensa primitivos (como la escisión) que distorsionan gravemente la percepción de la realidad. Este texto aclara cómo y por qué algunas personas realizan «compromisos» más drásticos y desestabilizadores para protegerse de un dolor psíquico abrumador.

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