¿Qué es el destino? ¿Un guion preescrito, una ley universal o una elección personal?
Rock, realización, fatalidad, karma... todas son palabras que intentan nombrar una idea que nos ha perseguido desde siempre: el destino. ¿Crees en él? Y si es así, ¿en qué crees exactamente? ¿En una serie de acontecimientos inevitables ya escritos, en una ley universal que gobierna silenciosamente el cosmos, o quizás en un guion que, sin darnos cuenta, nosotros mismos redactamos y seguimos al pie de la letra?
La pregunta sobre si el destino tiene favoritos o si nos trata a todos por igual pende en el aire. Aunque parezca que solo hay dos respuestas posibles —un rotundo sí o un rotundo no—, la realidad es que existen infinitas formas de entenderlo. Cada corriente de pensamiento, cada filósofo, ha ofrecido su propia visión. Exploremos algunas de ellas.
Las Voces del Pasado: El Destino como Fuerza Inevitable
Si viajamos a la Antigua Grecia, nos encontramos con las Moiras, aquellas tres hermanas que tejían el tapiz de la vida. Conocidas como las Parcas en Roma y las Nornas en la mitología escandinava, personificaban la fatalidad, la casualidad y lo inevitable. Su existencia recordaba al ser humano su incapacidad para escapar o influir en su suerte. Para los antiguos, el mundo era un lugar majestuoso y a menudo incomprensible. Sin entender la física cuántica y debatiendo si la Tierra o el Sol era el centro del universo, solo les quedaba creer en los dioses y en una fuerza superior que lo ordenaba todo.
Este es uno de los grandes argumentos a favor del destino: su antigüedad. Si la humanidad ha concebido esta idea desde tiempos inmemoriales, ¿no podría ser una señal de su existencia? A esto se suma la evidencia de las estrictas relaciones de causa y efecto que observamos: la Luna provoca las mareas, un objeto lanzado al aire vuelve a caer. Estas leyes no dependen de nuestra voluntad. Pero, ¿de dónde surgieron? Debe haber una ley primordial que las estableció. Platón la llamó el logos, la razón universal que dicta cómo debe ser el mundo. Los filósofos medievales razonaban de forma similar, sustituyendo el logos por la voluntad de Dios. Todos ellos, en esencia, eran fatalistas: creían en la inevitabilidad de un plan mayor.
La Lógica del Universo: ¿Un Guion Escrito por Leyes?
El fatalismo no es solo una idea filosófica; a veces se cuela en nuestro día a día. ¿Quién no ha pensado alguna vez que el resultado de un examen ya está decidido, sin importar cuánto estudie? Spinoza, filósofo de la Edad Moderna, hablaba de esto no como fatalismo, sino como "necesidad": aquello que sucede porque no puede no suceder.
Desde la física, esta perspectiva se conoce como determinismo. Sostiene que todo en el universo está interconectado y que cada evento es el resultado de causas anteriores. Si conocemos todas las variables y las leyes que las gobiernan, como la gravedad, podemos predecir el futuro con certeza. El hecho de que no conozcamos todas las leyes —algunas son demasiado complejas o actúan a una escala imperceptible— no niega que todo pueda estar, en última instancia, predeterminado.
La Rebelión de la Voluntad: El Ser Humano como Medida
Sin embargo, no todos los pensadores se han rendido ante la idea de un destino ineludible. Un argumento poderoso en su contra es el origen caótico del universo. Si todo nació del caos, ¿cómo pudo surgir de él un orden tan rígido y preestablecido?
Ya en la Antigua Grecia, los sofistas como Protágoras afirmaban que "el hombre es la medida de todas las cosas". Esto significa que nuestra percepción del mundo es inherentemente subjetiva y, por lo tanto, relativa. Si una persona decide que el destino existe y otra que no, ambas tendrían su parte de verdad desde su propia perspectiva. A esta postura se la conoce como relativismo.
Para los filósofos religiosos de la Edad Media, este fue un problema mayúsculo. Si Dios es pura bondad y lo determina todo, ¿de dónde viene el mal? ¿Por qué permite el sufrimiento? Intentaron conciliar la omnipotencia divina con el libre albedrío humano, concluyendo que, aunque Dios conoce nuestro camino, nos da la libertad de elegir. Así, el mal no sería culpa de Dios, sino el resultado de una mala decisión humana.
En contraposición directa al determinismo, surgió el indeterminismo, que niega por completo la existencia de leyes universales preestablecidas. Quizás nuestra mente está programada para buscar patrones y conexiones causales donde no los hay. ¿Quién puede asegurar que, si una pelota ha caído diez mil veces, no podría, en el intento diez mil uno y con una probabilidad infinitesimal, salir volando hacia arriba? Si esa posibilidad existe, entonces no hay leyes absolutas.
Un Baile de Contradicciones: ¿Y si Destino y Libertad se Necesitan?
Quizás la respuesta no sea elegir un bando, sino entender cómo interactúan. Heráclito, con su famosa frase "no se puede entrar dos veces en el mismo río", nos enseñó que el mundo está en constante cambio, impulsado por la interacción de opuestos: día y noche, bien y mal. Siguiendo esta lógica, el destino y el libre albedrío podrían no ser enemigos, sino dos fuerzas que se definen y se necesitan mutuamente.
Los materialistas, por ejemplo, creen en la "necesidad", pero desde una perspectiva diferente. Para ellos, una conexión es necesaria cuando surge de razones internas. Cuando dos personas se enamoran e inician una relación, es una necesidad nacida de un sentimiento genuino. Un matrimonio por interés, condicionado por factores externos como el estatus, sería una "casualidad", aunque en realidad es solo otra forma de necesidad con razones distintas. Desde este punto de vista, todas las casualidades, como los movimientos aleatorios de los átomos tras el Big Bang, se combinan para dar lugar, lógicamente, a la vida. No lo llaman destino, pues no es un motor inmaterial, sino el resultado de un proceso natural.
Al final, la decisión es tuya. Somos capaces de influir en el curso de nuestra vida con cada acción, aunque a menudo nos alineamos con un programa social más amplio: el desarrollo de la humanidad y la supervivencia de la especie. Es difícil llamarlo un destino personal, pero sí podría ser una necesidad filosófica que nos une a todos.
Referencias
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Copleston, F. (2003). A History of Philosophy, Vol. 1: Greece and Rome. Continuum.
Este volumen detalla las concepciones del destino (moira) en el pensamiento griego temprano, la idea de Heráclito sobre el cambio constante regido por el logos y las posturas relativistas de los sofistas como Protágoras, proporcionando el contexto histórico de las primeras discusiones sobre el tema.
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Schopenhauer, A. (2005). On the Freedom of the Will. Dover Publications.
Esta obra es fundamental para entender el concepto de "voluntad" como una fuerza ontológica que gobierna el mundo, tal como se menciona en el artículo. Schopenhauer argumenta que, si bien el hombre se siente libre en sus acciones individuales, está sujeto a la necesidad impuesta por su carácter innato y la voluntad metafísica, desafiando tanto el determinismo simple como la libertad absoluta.
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Sartre, J.-P. (1992). Being and Nothingness: A Phenomenological Essay on Ontology. Washington Square Press.
Sartre ofrece una de las defensas más radicales del libre albedrío, argumentando que los seres humanos están "condenados a ser libres". Su filosofía existencialista se opone directamente a cualquier forma de determinismo o destino preescrito, afirmando que no tenemos una esencia predefinida y que somos la suma de nuestras elecciones, lo que respalda la perspectiva de que creamos nuestro propio camino.