Los trastornos del sueño comprenden diversas alteraciones que afectan la calidad, la duración y la estructura del descanso nocturno, con repercusiones directas en la salud física, emocional y cognitiva. La insomnio es una de las disfunciones más prevalentes, caracterizándose por la dificultad para conciliar el sueño, la interrupción frecuente durante la noche o la sensación de sueño no reparador, aun cuando el tiempo en cama sea suficiente.
El insomnio puede manifestarse de forma aguda o crónica. El insomnio agudo aparece de manera repentina, generalmente asociado a eventos estresantes como la pérdida de un ser querido, la presión laboral o cambios drásticos de rutina; suele ser de corta duración. En contraste, el insomnio crónico se define por la persistencia de síntomas al menos tres noches a la semana por un período igual o superior a tres meses, y su origen suele ser multifactorial, implicando factores genéticos, psicológicos y conductuales.
Factores como la desregulación del ritmo circadiano, el consumo de sustancias estimulantes (cafeína, nicotina), la exposición prolongada a pantallas antes de dormir y la presencia de enfermedades médicas o psiquiátricas, principalmente ansiedad y depresión, pueden perpetuar el trastorno. Además, condiciones como la apnea del sueño o el síndrome de piernas inquietas pueden coexistir y agravar los síntomas.
Para el diagnóstico, el profesional de la salud revisa el historial de sueño, la rutina previa al descanso y evalúa posibles comorbilidades. Herramientas como los diarios de sueño, cuestionarios validados y, cuando es necesario, estudios polisomnográficos y registros de actigrafía ayudan a determinar las causas específicas y a planificar un tratamiento integral.
La terapia cognitivo-conductual para el insomnio (TCC-I) es el tratamiento de primera línea recomendado, dado su enfoque en la modificación de hábitos de sueño y la reestructuración de pensamientos disfuncionales. Mediante técnicas de control de estímulos, restricción del tiempo en cama y entrenamiento en relajación, la TCC-I logra resultados sostenibles sin los riesgos asociados a los fármacos.
En algunos casos, se pueden utilizar medicamentos hipnóticos o sedantes bajo estricto control médico. No obstante, su uso prolongado debe evitarse, ya que puede generar tolerancia, dependencia y efectos adversos. Por ello, la medicación se reserva para situaciones específicas y de corta duración.
Complementariamente, las recomendaciones de higiene del sueño incluyen mantener horarios fijos, crear un entorno oscuro y silencioso, limitar siestas extensas y reducir la exposición a luces brillantes antes de acostarse. La actividad física regular y las prácticas de meditación o relajación profunda contribuyen a la regulación del ciclo sueño-vigilia.
El abordaje del insomnio también implica la gestión del estrés y la atención a la salud mental. Técnicas de manejo del estrés, apoyo psicológico y la detección temprana de trastornos comórbidos fortalecen la recuperación del descanso. Iluminar la importancia del sueño como pilar de la salud es clave para construir hábitos saludables.
Este enfoque multidimensional permite mejorar la calidad del sueño, prevenir complicaciones y favorecer un bienestar integral, recuperando noches más descansadas y un rendimiento óptimo durante el día.