Brainspotting es una terapia de procesamiento neuro‑emocional que parte de una observación sencilla: la posición ocular conecta con circuitos profundos del cerebro donde se archivan memorias implícitas. El creador, David Grand, descubrió que, cuando un deportista herido fijaba la vista en cierto punto del estadio, sus músculos se tensaban y aparecía la emoción no resuelta del accidente. A partir de ahí diseñó un método que utiliza el movimiento ocular como brújula para encontrar “spots” cerebrales saturados de energía traumática o de potencial creativo.
Durante la sesión el terapeuta invita al paciente a recordar una escena o a sentir una sensación física desagradable; luego mueve suavemente un puntero horizontalmente hasta detectar microespasmos en los párpados, un cambio en la respiración o un suspiro profundo. Ese microgesto señala que el sistema límbico reacciona. Se le pide entonces que mantenga la mirada allí y deje que el cuerpo cuente su historia. No hay exigencia de hablar; algunas personas permanecen en silencio, otras expresan imágenes fragmentadas. El proceso dura lo que el organismo necesite para bajar la activación: a veces minutos, otras veces se abre un abanico de capas emocionales que se trabaja en sesiones posteriores.
¿Para qué casos se recomienda? Trastornos de ansiedad, duelo complicado, bloqueo artístico, estrés laboral, dolor fantasma o conducta adictiva. Tutores caninos han usado Brainspotting para superar fobias a ladridos después de haber sido mordidos; madres recientes para disminuir alarma corporal tras un parto traumático. El método se adapta a niños mediante dibujos y a personas con discapacidad auditiva mediante señales táctiles.
En términos neurobiológicos, se cree que fija la atención en redes de memoria procedimental y, al mantener la mirada, se produce una desinhibición que facilita la reconsolidación. Los estudios de imagen muestran cambio en la amplitud de la onda alfa y mayor coherencia hemisférica después de varias sesiones. Aunque la evidencia todavía es limitada en comparación con terapias clásicas, las encuestas clínicas reportan reducción significativa de síntomas post‑trauma en menos de diez encuentros.
Antes de comenzar es importante verificar que el profesional esté avalado por institutos internacionales y que exista un plan de contención si emergen recuerdos intensos. El paciente marca el ritmo: puede pedir pausar, cambiar de spot o simplemente cerrar los ojos. Muchos describen la experiencia final como “respirar con todo el cuerpo” o “sentir que la imagen se aleja”. Es un camino de autodescubrimiento que combina ciencia ocular y escucha compasiva para transformar el dolor en resiliencia.