La terapia somática en Hispanoamérica ha cobrado fuerza al evidenciar que el trauma no solo se aloja en la memoria declarativa, sino en microcontracciones, patrones respiratorios y umbrales de alerta. Inspirada por Bessel van der Kolk y Peter Levine, pero enriquecida con tradiciones locales de curanderismo, la práctica invita al consultante a percibir la sinfonía de su sistema nervioso. Un cosquilleo en las piernas quizá revele la urgencia de huir; el estómago revuelto puede ser la señal de un “...
El encuentro terapéutico se articula en tres fases. Primero, orientación: el terapeuta guía la mirada a un objeto seguro —un color, una textura— para anclar el presente. Segundo, pendulación: se explora un foco de tensión corporal y luego se regresa a una zona neutra, como el contacto de los pies con el suelo. Este vaivén enseña que las sensaciones intensas son transitorias y regulables. Tercero, integración: se verbaliza la experiencia para consolidar nuevas redes neuronales.
Investigaciones de la Universidad de Antioquia (2024) revelaron que la terapia somática, combinada con respiración diafragmática, disminuyó en 35 % la reactividad cardíaca de mujeres sobrevivientes de violencia doméstica. Los participantes describieron “descubrir un idioma antes desconocido” —el lenguaje de impulsos y descargas que el cuerpo emite cuando se siente escuchado.
La adaptación cultural es clave. En comunidades andinas, se usan mantas tejidas como objetos de arraigo; el peso y el olor a lana generan contención. En el Caribe, se integra el tambor como metrónomo para regular la frecuencia cardíaca, alineando el latido con ritmos ancestrales. El terapeuta evita juicios coloniales sobre el cuerpo y valida la sabiduría popular: un baño de hierbas puede ser tan regulador como un escáner corporal de mindfulness.
La ética somática insiste en el consentimiento informado minuto a minuto: el cliente decide si desea moverse, tocar o detenerse. Cualquier signo de disociación —mirada perdida, tono monótono— es atendido como semáforo amarillo. Se ofrecen micro‑pausas para masticar la experiencia.
Elegir la terapia somática es recuperar el timón sentido‑pensado. Cuando la piel, los huesos y la respiración se convierten en aliados, la historia traumática deja de dictar el pulso interno, dando paso a una danza más libre entre cuerpo y mundo.