La Terapia de Exposición Prolongada (TEP) se ha consolidado en los países hispanohablantes como intervención de primera línea para el trastorno de estrés postraumático (TEPT). Su eje es sencillo y valiente a la vez: acercarse gradualmente a los recuerdos y escenarios que el paciente ha evitado para que el sistema nervioso deje de interpretarlos como amenaza presente. Este contacto repetido, bajo condiciones controladas, facilita la habituación fisiológica y la integración narrativa del suceso.
El protocolo clásico abarca entre 9 y 15 sesiones semanales. Inicialmente, el terapeuta ofrece psicoeducación sobre el círculo de evitación y sus costos: aislamiento social, hipervigilancia, pesadillas. Luego se elabora la «escala de temor», lista jerarquizada que incluye desde estímulos moderados —como ver una noticia relacionada— hasta el núcleo traumático —revivir la agresión paso a paso.
Existen dos pilares de la TEP. El primero es la exposición en imaginación: con los ojos cerrados, la persona relata la escena traumática en tiempo presente, con detalle sensorial y emocional. La sesión se graba y se pauta escucharla a diario. El segundo pilar es la exposición en vivo: realizar acciones en el mundo tangible que antes se evitaban, como sentarse en el asiento trasero de un coche tras un accidente de tráfico.
Investigaciones de la Universidad Autónoma de Madrid evidencian descensos del 60 % en sintomatología después de doce sesiones, medidos con la PCL‑5. Aspecto clave es el procesamiento posterior: se exploran pensamientos de culpa («Yo lo provoqué») o creencias de peligro («Siempre me pasará algo») y se contrastan con datos objetivos. De esta forma, la TEP integra elementos de reestructuración cognitiva sin perder su foco conductual.
La terapia puede resultar emocionalmente intensa. Para amortiguar reacciones, se enseñan técnicas de respiración, anclaje con objetos (piedras frías, bandas elásticas) o prácticas de compasión. No obstante, se insiste en que el malestar durante la sesión es transitorio y funcional: representa la «digestión» del trauma. Entre las contraindicaciones se encuentran psicosis no estabilizada y abuso de sustancias activo.
Los profesionales que aplican TEP suelen contar con formación específica avalada por entidades como la Asociación Española de Psicología Conductual. El compromiso del paciente implica tareas diarias que demandan disciplina. A cambio, muchos relatan que, al final del proceso, los recuerdos pierden su cualidad invasiva y se transforman en capítulos biográficos que ya no dictan el presente, permitiéndoles reconectar con proyectos de vida.