La terapia de juego en el ámbito hispanohablante se ha convertido en un puente entre el universo simbólico infantil y la intervención clínica basada en evidencias. Inspirada en pioneros como Virginia Axline pero nutrida por aportes latinoamericanos, este enfoque concibe el juego como idioma natural de la niñez. Allí donde el discurso verbal no alcanza, un muñeco roto, un dibujo inconcluso o una historia improvisada revelan temores, deseos y estrategias de afrontamiento.
En países como México y Argentina, la terapia de juego comenzó a ganar terreno en la década de 1980, impulsada por la necesidad de atender secuelas emocionales de crisis económicas y violencia comunitaria. Centros de salud mental comunitaria incorporaron salas especialmente equipadas con títeres, arcilla y miniaturas que replican entornos hogareños y urbanos. Investigaciones de la Universidad Nacional de La Plata evidencian mejoras de hasta 40 % en regulación emocional de niños expuestos a eventos t...
El proceso terapéutico se articula en fases. La primera es de vinculación: el terapeuta observa el estilo lúdico del niño, respeta sus elecciones y limita intervenciones directivas. Posteriormente, introduce técnicas específicas como la caja de arena —un miniescenario donde el niño organiza figuras en paisajes que simbolizan su mundo interno—. Cada movimiento es registrado, no para explicar al menor, sino para comprender la lógica de sus narrativas.
Los cuidadores reciben orientación paralela. Se les enseña a practicar “juego especial” quince minutos diarios, enfocado en reforzar conductas prosociales y ofrecer espacio de conexión afectiva. Esta práctica, simple en apariencia, reduce de manera significativa estallidos de ira y dificultades de apego. En contextos rurales, terapeutas adaptan materiales: semillas, retazos de tela y relatos orales indígenas reemplazan juguetes industriales, manteniendo la riqueza simbólica.
Una ventaja distintiva de la terapia de juego es su flexibilidad diagnóstica. Puede beneficiar tanto a niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad como a quienes procesan duelos migratorios. Sin embargo, el éxito depende de una formación rigurosa: la Asociación Española de Terapia de Juego recomienda un mínimo de 300 horas de entrenamiento, práctica supervisada y actualización continua en neurodesarrollo.
Elegir la terapia de juego es apostar a la potencia del acto lúdico como laboratorio donde el niño ensaya roles, negocia reglas y elabora pérdidas. Bajo la mirada atenta de un terapeuta, cada partida de bloques se transforma en mapa de la psique infantil, recordándonos que jugar no es escapar de la realidad, sino construir un lugar seguro para habitarla.