La Terapia de Artes Expresivas se define por el diálogo entre distintos lenguajes artísticos – pinceladas, movimiento, ritmo y metáfora escrita – para explorar la vida interior más allá del discurso lógico. Surgida en la confluencia de la pedagogía de Reggio Emilia y la arteterapia humanista, la disciplina halló terreno fértil en Latinoamérica, donde la mezcla cultural ofrece un repertorio vasto de símbolos. Un tambor afroperuano, una máscara de cartón pintada o una copla improvisada pueden devenir vehículos para emociones que carecen de sintaxis verbal.
El encuadre privilegia la espontaneidad: el terapeuta dispone materiales variados – témperas, arcilla, telas – y anima al participante a “seguir la mano”, permitiendo que la imagen emerja sin censors internos. Tras la creación, se invita a un testigo interno: el paciente observa su obra como paisaje emocional. No se interpreta con diccionarios simbólicos (“rojo = ira”); se pregunta: “¿Qué te dice este trazo a ti?” De esta forma, el significado nace de la relación entre obra y autor.
Investigaciones de la Universidad de Concepción (2025) comprobaron que sesiones intermodales – pintura, luego danza, luego escritura – incrementan la variabilidad cardíaca y disminuyen marcadores de inflamación como IL‑6, sugiriendo que la creatividad modula respuesta al estrés. En trauma complejo, el método permite aproximación dosificada: primero trazos abstractos para regular arousal, después narrativas pictóricas del suceso.
Entre las aplicaciones destacan el acompañamiento a víctimas de violencia de género, la prevención del suicidio adolescente y la rehabilitación de pacientes oncológicos. En estos contextos, la creación artística funge como territorio de agencia: colorear, rasgar papel o golpear un cajón flamenco devuelve sensación de control sobre el cuerpo.
El Código Ético de la Red Iberoamericana de Artes Terapias subraya consentimiento para registrar imágenes y sensibilidad intercultural. El facilitador no exhibe las obras sin permiso ni diagnostica según estética. Además, se fomenta el autocuidado profesional: sesiones de intervisión donde terapeutas comparten sus propias piezas para procesar resonancias emocionales.
Quien culmina un proceso suele relatar un “cambio de textura interna”: de rigidez a fluidez. La Terapia de Artes Expresivas dignifica la imaginación, recordando que todos, incluso quienes se creen “no creativos”, poseen un idioma de imágenes listo para alumbrar caminos de sanación.