
El trauma se produce cuando una persona vive un suceso abrumador que supera su capacidad de afrontamiento emocional, como agresiones físicas o sexuales, accidentes graves, conflictos bélicos o desastres naturales. Estas experiencias dejan una huella profunda, generando miedo intenso, sensación de impotencia y una ruptura en la percepción de seguridad interna.
El trastorno de estrés postraumático (TEPT) surge cuando los síntomas asociados al trauma persisten y se intensifican con el tiempo. Entre los más frecuentes se encuentran la reexperimentación del evento a través de recuerdos involuntarios, pesadillas recurrentes y flashbacks, provocando una angustia extrema cuando la persona se enfrenta a estímulos que remiten al suceso original.
Asimismo, es común que las personas desarrollen conductas de evitación, manteniéndose alejadas de lugares, conversaciones o situaciones que les recuerden el trauma, lo que puede derivar en aislamiento social. La hipervigilancia y la irritabilidad constante también forman parte del cuadro, dificultando la concentración y alterando el sueño y el estado de ánimo.
La susceptibilidad al TEPT está determinada por múltiples factores: la intensidad del acontecimiento, la duración de la exposición, antecedentes de traumas previos y la disponibilidad de apoyo social. Factores genéticos y la forma de procesar el acontecimiento en el momento inicial también influyen en el riesgo de cronificación de los síntomas.
El abordaje terapéutico incluye psicoterapias basadas en la evidencia, como la terapia cognitivo-conductual centrada en la exposición y el EMDR, que facilita el procesamiento adaptativo de las memorias traumáticas. En algunos casos, se emplean fármacos ansiolíticos o antidepresivos para aliviar los sintomas mais severos e estabilizar la química cerebral.
Prácticas como ejercicios de respiración, meditación y actividad física regular sirven de complemento para regular el sistema nervioso. La participación en grupos de apoyo o talleres psicoeducativos proporciona contención emocional y oportunidades de aprendizaje compartido, mitigando la sensación de soledad.
Con un enfoque integral que combine intervención profesional, recursos personales y soporte comunitario, las personas afectadas pueden encontrar caminos de sanación. A través del tiempo y el acompañamiento adecuado, es posible restablecer la funcionalidad, fortalecer la resiliencia y reconectar con la vida cotidiana de manera plena.