
Un ataque de pánico es una oleada repentina de miedo o malestar extremo que alcanza su punto máximo en cuestión de minutos. Durante esta crisis, la persona puede experimentar palpitaciones rápidas, sudoración intensa, temblores, sensación de asfixia, náuseas, mareos y dolor en el pecho. Estos síntomas físicos suelen generar la falsa impresión de estar sufriendo un infarto.
A nivel cognitivo, los ataques de pánico suelen acompañarse de pensamientos catastrofistas: miedo a perder el control, temor a enloquecer o a morir de manera inminente. Esta preocupación anticipatoria refuerza la activación del sistema nervoso simpático, intensificando las señales corporais de alarma.
Los episodios pueden ocurrir sin motivo aparente o desencadenarse por situaciones específicas, como espacios cerrados, multitudes, estrés o recuerdos traumáticos. Cuando los ataques se repiten y existe una preocupación constante por sufrir nuevas crisis, hablamos de trastorno de pánico, un diagnóstico que requiere evaluación y seguimiento profesional.
La etiología es multifactorial: intervienen factores genéticos, desequilibrios neurológicos en neurotransmisores como la serotonina y la noradrenalina, y experiencias vitales estresantes. Asimismo, ciertos rasgos de personalidad, como la alta sensibilidad al estrés, predisponen a la aparición de crisis.
El tratamiento de elección suele ser la terapia cognitivo-conductual (TCC), que enseña a la persona a identificar y desafiar pensamientos disfuncionales, exponerse de forma gradual a situaciones temidas y practicar técnicas de respiración y relajación. En muchos casos, se complementa con medicación ansiolítica o antidepresiva para estabilizar la química cerebral.
Además de la intervención clínica, incorporar hábitos de vida saludables favorece el manejo del trastorno. El ejercicio físico regular, la práctica de técnicas de mindfulness, la organización de rutinas de sueño y la construcción de redes de apoyo fortalecen la capacidad de afrontamiento. Buscar ayuda profesional ante la interferencia de las crisis en la vida diaria es esencial para restablecer el bienestar.