¿Por qué el apocalipsis zombi podría haber comenzado ya?

Artículo | Psicología

La figura del zombi nos persigue. La imaginamos con facilidad: un ser de andares torpes, con la piel marcada por la decadencia y un hambre insaciable de cerebros. Nos han contado que no hablan, que su existencia es una burla a la vida y que su mordida es una condena. Pero la idea más inquietante no es que para convertirse en uno haya que morir primero, sino que la transformación puede ser un contagio, una plaga que se extiende.

Estas criaturas han trascendido las fogatas y los cuentos de terror para infestar nuestros libros, películas y videojuegos. A veces, la línea se difumina tanto que parece que han saltado de la ficción a la realidad. ¿Son solo una fantasía para mentes impresionables o hay algo de verdad en esta metáfora? ¿Podríamos, de alguna manera, habernos convertido nosotros mismos en zombis? Abordemos esta cuestión desde una perspectiva filosófica y humana.

Raíces de Servidumbre: El Origen del Zombi

La historia del zombi no nace en un laboratorio de cine, sino en la espiritualidad y el dolor. Los orígenes del culto vudú en África Occidental, particularmente en la actual República de Benín, nos hablan de la creencia en hechiceros capaces de resucitar a los muertos para someterlos a su voluntad. Esta creencia cruzó el Atlántico con los barcos de esclavos hasta Haití, donde el concepto de zombi se entrelazó inseparablemente con la esclavitud.

En su núcleo, el zombi haitiano es un ser privado de voluntad, un esclavo incluso después de la muerte, forzado a obedecer. La propia palabra «zombi» tiene raíces en lenguas africanas, pudiendo significar «alma de un muerto» o «fantasma». No fue hasta el siglo XX, con el libro de William Seabrook La isla de la magia, que el término se ancló en la conciencia occidental. Poco después, la película El zombi blanco (1932) consolidó la imagen: un hombre poderoso que, a través de la magia, roba la voluntad y la razón a otros para que trabajen sin descanso en sus plantaciones. El zombi se convirtió en un símbolo universal de la deshumanización.

Pienso, Luego Existo: La Frontera de la Conciencia

Mucho antes, la novela Frankenstein de Mary Shelley ya nos presentaba un prototipo. El doctor Víctor Frankenstein consigue animar materia inerte, pero el resultado es una criatura que, aunque camina y se alimenta, carece de la esencia que llamamos vida. Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿qué nos diferencia de ellos?

El filósofo René Descartes nos ofreció una brújula con su célebre frase: «Pienso, luego existo». Su argumento es que podemos dudar de todo —de lo que vemos, oímos y sentimos— excepto del hecho de que estamos dudando. Si hay pensamiento, hay un pensador. La existencia se confirma en el acto mismo de la reflexión.

Ahora, apliquemos esto a nuestra metáfora. Imagina a un ser querido, un amigo con el que has compartido ideas y sueños. Un día, te lo encuentras y esa chispa ha desaparecido. No puede conversar, no puede reflexionar sobre una película o un libro; solo te mira con ojos vacíos y emite un gruñido. Concluirías, con dolor, que el amigo que conocías ya no está ahí. Su cuerpo se mueve, pero sin mente, sin voluntad, se ha convertido en un objeto. Para Descartes, un sujeto debe, necesariamente, pensar. Sin pensamiento, no se puede ser plenamente humano. Los zombis, por tanto, no son seres vivos en un sentido significativo; son la cáscara de lo que una vez fue una persona.

El Apocalipsis Silencioso: ¿Ya Vivimos en Zombilandia?

La idea de una «zombificación» masiva hoy no parece tan descabellada. El teórico Andy Merrifield sostiene que, en el siglo XXI, los zombis están por todas partes. No se refiere a monstruos putrefactos, sino a algo mucho más cercano y real. Define al zombi como un ser que no controla su propia vida.

Basta con mirar a nuestro alrededor. ¿Cuántas veces vemos a personas deambulando con la mirada perdida, ausentes, sin imaginación ni intelecto? Viven movidos por instintos básicos, atrapados en una rutina que no cuestionan. La falta de pensamiento crítico y de sensibilidad les impide tomar conciencia de su propia jaula. Así, argumentan pensadores como Merrifield, es como se espera que exista el ciudadano moderno, convencido de que no hay alternativa a las estructuras políticas, culturales y sociales que le han sido impuestas. El zombi haitiano era ganado de trabajo para su amo; el hombre moderno, a menudo, lo es para un sistema.

Karl Marx, en El capital, usó una metáfora similar: el vampiro. Escribió que el capital es «trabajo muerto» que, como un vampiro, solo cobra vida al chupar el «trabajo vivo». El sistema chupa la vitalidad de los trabajadores, convirtiéndolos, en efecto, en zombis. Merrifield lleva esta idea más allá, sugiriendo que la propia clase dominante, en su afán de acumular, también se ha zombificado, sirviendo ciegamente a su propio capital. Desde esta perspectiva, el apocalipsis no es un evento futuro; ya ha ocurrido y estamos viviendo en sus ruinas.

El Zombi Filosófico: Un Experimento Mental

En la filosofía, el zombi adquiere otra dimensión. No se descompone ni gruñe. El «zombi filosófico» es una criatura hipotética indistinguible de un ser humano en todos los aspectos físicos y conductuales. Habla, ríe, trabaja y parece sentir. Pero le falta una cosa crucial: la experiencia consciente. No tiene un «yo» interior, un alma o una conciencia subjetiva.

Este zombi no siente dolor, pero si se quema la mano, la retirará, gritará y actuará exactamente como lo haría una persona que sí lo siente, porque su cerebro y su cuerpo están programados para esa respuesta física. Entonces, ¿cómo podríamos saber si la persona que está a nuestro lado no es uno de ellos? ¿Y cómo sabemos que no lo somos nosotros?

Este experimento mental es una poderosa herramienta para desafiar el fisicalismo, la idea de que todo en el universo, incluida la conciencia, es puramente físico. Si puedes imaginar un zombi filosófico que es físicamente idéntico a un humano pero carece de conciencia, entonces la conciencia debe ser algo más que un simple proceso físico.

Sin embargo, si los materialistas tienen razón y la conciencia es simplemente un producto de acciones físicas en el cerebro, entonces no puede haber ninguna diferencia entre nosotros y un zombi filosófico. Si se comportan como nosotros porque son físicamente idénticos a nosotros, la conclusión es inevitable y escalofriante: su falta de conciencia es también la nuestra. Quizás, después de todo, llevamos mucho tiempo viviendo en Zombilandia.

La pregunta, entonces, no es si los zombis vendrán por nosotros, sino si ya están aquí, mirándonos desde el espejo.

Referencias

  • Chalmers, David J. The Conscious Mind: In Search of a Fundamental Theory. Oxford University Press, 1996.
    Este libro es una obra fundamental en la filosofía de la mente contemporánea. Chalmers articula el «problema difícil de la conciencia» y utiliza el argumento del zombi filosófico (especialmente en el capítulo 3, "The Argument from Zombies") para sostener que la conciencia no puede explicarse completamente por las ciencias físicas.
  • Seabrook, William B. The Magic Island. Harcourt, Brace and Company, 1929.
    Este es el trabajo de periodismo de investigación y antropología popular que introdujo de manera masiva el concepto del zombi haitiano en la cultura estadounidense y occidental. La descripción de los «muertos vivientes trabajando en los campos de caña» (Libro III, Capítulo 3) sentó las bases para la posterior mitología del zombi en el cine y la literatura.
  • Merrifield, Andy. Magical Marxism: Subversive Politics and the Imagination. Pluto Press, 2011.
    En esta obra, Merrifield combina la teoría marxista con una crítica cultural para analizar la vida moderna bajo el capitalismo. Argumenta que la alienación y la lógica del capital producen una forma de «zombificación» social, donde los individuos pierden su autonomía y su capacidad de imaginar un mundo diferente.